Figuras de la sexualidad


“FIGURAS DE LA SEXUALIDAD.
EXPRESIONES DE VIDA Y MUERTE”

    El erotismo es una de las cualidades específicas que el ser humano le imprime a la sexualidad, sabemos que el cuerpo es el escenario donde múltiples representaciones se despliegan y deviene espacio sobre el cual, el abismo que nos separa del otro fugazmente deja de ser tan profundo. Pero cabe preguntarse ¿la sexualidad es siempre erótica?

    Con Freud hemos aprendido a reconocer la patente perversa que distingue la sexualidad humana del instinto y que será solo a partir del encuentro con un Otro que serán inaugurados los senderos libidinales que harán erógeno el cuerpo del recién nacido. Hitos que marcan la inauguración de la psique a partir del nacimiento del infans en el encuentro con su propio cuerpo a través de otro humano, con el cuerpo, la psique, la sexualidad de ese Otro, trastocando el orden biológico e imponiendo el deseo y no solo la satisfacción de necesidades como motor y alimento vital para este nuevo ser.

    El erotismo hace raíz en una sexualidad nacida de lo pulsional, del placer-displacer y del deseo, sexualidad infantil perverso polimorfa en la que advertimos la marca indeleble que le imprimen las fuerzas pulsionales que imperan en el psiquismo y que darán lugar a una concepción de sujeto constituido a partir del conflicto. Ya sea desde la óptica del primer dualismo en el que se enfrentan pulsiones sexuales versus pulsiones de autoconservación, o bien, desde la perspectiva del segundo dualismo encarnado en las llamadas pulsiones de vida o Eros y pulsiones de muerte o Tanhatos.

    En este segundo dualismo, Eros será la entidad teórica que englobe a todas las pulsiones antes descriptas que no pertenecen a las pulsiones de destrucción comprendidas como inmanentes a la pulsión de muerte; La atribución fundamental de Eros es la ligazón, la unificación, la conservación. El Yo obtendrá la categoría de instancia, no ya en oposición a lo sexual sino bajo los efectos de vida y muerte que imperan en una suerte ebullición y de mezcla desde el Ello. Por efecto de esta mezcla pulsional, la sexualidad estará por lo tanto igualmente constreñida por las fuerzas y la lucha entre Vida y muerte.

    Eros remite al amor en su significación, sin embargo, conviene recordar que en su texto sobre los destinos de pulsión, Freud ha planteado que tanto el amor como el odio están reservados a la relación del yo total con sus objetos y destaca que los objetos que sirven para la conservación del yo pertenecen al orden de la necesidad, no se los ama. La tendencia de la pulsión sexual, que no es otra que la satisfacción en la descarga mediante un objeto, no implica la salvaguarda de éste, antes bien, su destrucción tendría que ser lo más cercano a la realización de la meta. Se estaría imprimiendo entonces una distinción entre la pulsión sexual, misma que implica a lo erógeno y la concepción de pulsión de vida que estaría más del lado de lo erótico. Con esta diferencia entre lo erógeno y lo erótico, apunto también, al hecho de que lo erótico correspondería ya a una significación marcada por el lenguaje, al amor como su cualificación y como principio, y en esta dirección a la relación del Yo con sus objetos y no a lo meramente sensorial o fantasmatico que especifica lo erógeno.

    Eros ocupara una presencia entre sexualidad, amor y vínculo; implica el mantenimiento de una libido en busca de placer, y si se la concibe como búsqueda de objeto, es en la medida en que la función de éste será asegurar la unión entre el placer y el amor así como lo que permite representarse la pulsión sexual que se encarna en las figuras donde se revela y se disfraza a la vez. Pero son estas mismas figuras las que en ocasiones nos fuerzan a reconocer la presencia en su interior de una parte de odio que habita desde dentro de la excitación sexual. La pulsión de muerte tendrá como precursor al odio, mismo que proviene de la lucha del yo por conservarse y afirmarse, brota de la repulsa primordial que el yo narcisita opone al mundo exterior prodigador de estímulos. Definida ya en su carácter de pulsión, Freud planteará su fuerza como una tendencia a lo inorgánico, por lo tanto, a partir de sus consideraciones, es posible concebir al objeto como el enemigo princeps de la pulsión de muerte, ya sea entendido como provocador de estímulos; ya sea porque convocaría al deseo, lo cual constituye la tendencia opuesta a su meta. Su función se manifiesta en la todopoderosa desligazón. Desligazón que podríamos concebir más que anárquica, como tendiente a la indiferencia, como una profunda aspiración a la eliminación absoluta del deseo.

    Conservando como telón de fondo estas consideraciones, será a través de la sexualidad figurada por la seducción y la pornografía que me propongo ir siguiendo los rastros y los estragos que dejan vida y muerte. Toca precisar que una de mis fuentes de inspiración ha sido el pensamiento de Jean Baudrillard, si bien tomo una dirección diferente a sus postulados para centrarme en el tema que me interesa. Su concepción de intercambio simbólico, así como sus planteamientos acerca de la seducción y la pornografía, han sido esenciales para mis reflexiones.

    Baudrillard realiza una crítica política de la sociedad contraponiendo el intercambio simbólico al del intercambio mercantil. Considera que en las formaciones sociales modernas ya no hay intercambio simbólico como forma organizadora precisamente porque no regula ya la forma social. Como nos explica el autor, mientras el valor posee siempre un sentido unidireccional, que pasa de un punto a otro de acuerdo con un sistema de equivalencia, en el intercambio simbólico existe una reversibilidad de los términos. Se trata pues de un intercambio simbólico, de un lazo y no de un contrato, en el que funciona un determinado tipo de circulación de los bienes, exonerado de la idea de valor, como en el potlatch, que incluye la prodigalidad y la disipación de las cosas, pero que jamás debe detenerse. A diferencia de esto, nuestro sistema de valores según Baudrillard carece de reversibilidad y siguiendo a Marcel Mauss, plantea, que si no se da, si no se recibe o si se recibe y no se devuelve - es decir, un permanente movimiento reversible de intercambio -, hay guerra o muerte. Se ha hecho del don, bajo el signo del intercambio-don, la característica de las <<economías>> primitivas, y al mismo tiempo, el principio alternativo de la ley del valor y de la economía política. No hay peor engaño. El don es nuestro mito, mito idealista correlativo de nuestro mito materialista…. El proceso simbólico primitivo no conoce la gratuidad del don, no conoce más que el desafío y la reversión de los intercambios. Cuando esta se rompe, precisamente por la posibilidad de dar unilateralmente (que supone acumular valor y transferirlo en un solo sentido), la relación propiamente simbólica muere y aparece el poder: después se desplegará en el dispositivo económico del contrato. (Baudrillard Jean: 1993,49) Esta es la concepción de intercambio simbólico que retoma el autor para mostrar que el don es la fuente y la esencia misma del poder y que sólo el contra-don puede suprimirlo.

    Es en este orden de ideas que Baudrillard introducirá la seducción como una figura reversible que se encuentra en el orden del artificio, del signo y del ritual, jugándose en un intercambio ininterrumpido e inscribiéndose radicalmente en contra del orden de la producción. Representa el dominio del universo simbólico y es un desafío en el que se pone en juego el deseo, que no excluye en absoluto el placer, muy al contrario, pero que no tiene como principio el goce físico. En la seducción hay una escena, existe mirada, distancia, juego y alteridad. Y para que exista una escena hace falta una ilusión y un movimiento imaginario de desafío a lo real. En la ilusión y el artificio de la seducción es donde se encuentra la intensidad máxima, en la que cada uno de los sexos es portador de una alteridad radical. En este sentido es que la seducción otorgaría una dimensión metafórica a la sexualidad.

    A diferencia de esto, Baudrillard encuentra que en la pornografía, los cuerpos, los órganos sexuales ya no son puestos en escena, sino ofrecidos de forma inmediata a la vista. El sexo es tomado en su propia exhibición, fijado en su excrescencia orgánica. Es por lo tanto el fin del espacio perspectivo, que también es el de lo imaginario y el del fantasma – fin de la escena y fin de la ilusión. Al añadirse una dimensión al sexo que lo hace más real que lo real, en un zoom que borra al sujeto en la alucinación del detalle, los fantasmas quedan eliminados por el exceso de <<realidad>>. En esta exacerbación de lo sexual, que el cuerpo pierde incluso su dignidad de erógeno apareciendo el órgano desvaneciendo así la sexualidad en este límite paradójico en el que ya ni siquiera se trata de lo real sino de lo hiperreal. Es lo obsceno en todo sentido. Visto muy de cerca, se ve lo que no se había visto nunca. Todo es demasiado real, demasiado cercano par ser verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad de la cosa. Eso es lo obsceno, lo más verdadero que lo verdadero, la plenitud del sexo, el éxtasis del sexo, la forma pura y vacía, la forma auténticamente tautológica de la sexualidad. No es la copulación de los cuerpos lo que es obsceno, es la redundancia mental del sexo, es la escalada de verdad que conduce al vértigo frío de la pornografía.

    La seducción por lo tanto esta en el ámbito del intercambio simbólico, la pornografía en el de la hiperrealidad y lo obsceno, lo que me lleva de vuelta a la articulación que propongo con lo que ahí se expresa de vida y muerte ya desde el registro del psicoanálisis. En la seducción como metáfora de la sexualidad, en donde como hemos visto siguiendo a Baudrillard se pone en juego el deseo y la alteridad, hay una relación con un otro al cual se convoca, y al cual se ofrece algo que esta del lado del deseo y el erotismo. No es el cuerpo el que se entrega, es con el cuerpo que se realiza un encuentro y la ilusión de ser uno con el otro. Se trata también de un desafío pues, como decía al principio, se borra fugazmente la distancia con el partenaire y aparecen expresiones de vida y muerte dominando el campo, ya que la apuesta es también a una fusión de y con el objeto, pero prevalece la vida y prevalece el objeto, es decir el otro como soporte de ese otro objeto, el del deseo inconsciente. Por lo tanto, se trata de una paradoja en que la pasión esta presente y lo que seduce es el enigma, lo que atrae es algo muy cercano a lo siniestro, lo más familiar y lo más extraño, eso también es de lo más excitante y erótico. Y aunque el erotismo puede rayar en lo obsceno, he intentado distinguir esa obscenidad del cuerpo desnudo, pero que no pierde su dimensión de escenario para el placer y el deseo, de aquella que remite al sexo descarnado, degradado en órganos, del cuerpo segmentado en zonas por las que emana una excitación mortífera fragmentando a ese cuerpo “dominado” por la hiperrealidad del sexo.


    En la pornografía hay excitación, pero no hay encuentro, no requiere de un destinatario como soporte del deseo, se trata más del placer autoerótico a nivel de lo erógeno. Es una figura netamente sexual en la que el otro, si lo hay, no importa para el Yo, sino que opera como mero objeto parcial. No hay demanda de amor, sino de objetos necesarios para la satisfacción de una supuesta descarga sexual que sugiere resonancias de la compulsión de repetición. La pornografía se vende o se compra. No implica vínculo, más aún, lo evade. Es quizá la máxima carnada que se ofrece a la pulsión de muerte al suprimir el deseo. Tampoco hay enigma, no queda nada oculto y la fascinación que provoca es del orden del horror.

    Con estas reflexiones también nace la inquietud acerca del surgimiento de nuevas formas de subjetividad y a interrogarnos ¿Qué es lo que seduce ahora?, al parecer cada vez resulta más difícil encontrar la seducción y el erotismo en los vínculos (o tal vez sería mejor decir contratos) que se establecen entre los sujetos. Parecería que la apuesta se encuentra más bien del lado de la satisfacción en el orgasmo virtual y autoerótico; de evadir el deseo y arriesgarse al máximo apasionados por la adrenalina y el frenesí de un ejercicio sexual ilimitado, resolución del sexo en sus miembros sueltos, en sus objetos parciales; consumo exacerbado del deseo en la demanda y en el goce. Niños que matan y violan a otros niños, que se prostituyen por unas monedas, que se han convertido también en mercancías. El raiting de los reality shows, el desprecio por la intimidad. En los videos que circulan en el llamado “mercado negro” no hay actuación, es la filmación de actos de violación, de pedofilía e incluso de asesinatos. Todo eso es obsceno y pornográfico. Presentar un cuerpo desnudo ya puede ser brutalmente obsceno, presentarlo descarnado, desollado, esquelético todavía lo es más.

    En esta era, supuestamente postmoderna, el sexo también convertido en mercancía, en una tendencia a regularse por el intercambio mercantil y fuera de la regulación simbólica de las formas sociales provoca la anulación de la alteridad e impide el encuentro con los otros. Este paradigma del sujeto sin objeto, del sujeto sin otro, se descubre en todo lo que ha perdido su sombra y se ha vuelto transparente a sí mismo. En aras de nuestra supuesta “liberación”, de la sexualidad y de los capitales, hay que decirlo, los sujetos son menos diferentes de lo que se cree. Tienen más bien tendencia a confundirse, por no decir a intercambiarse. Lo que se ha “liberado” no es precisamente su singularidad, sino su confusión relativa y su indiferencia respectiva. ¿Cómo hablar de pasión en tal caso? Sería más bien de compasión sexual. Ni siquiera se oye hablar mucho de deseo. Su declive ha sido rápido en el firmamento de los conceptos.

    Con todo esto, tenemos elementos suficientes para remitirnos a una problemática que estamos obligados a trabajar desde el psicoanálisis, a propósito también de las denominadas “neosexualidades” y que está muy inscrita en el tema del reconocimiento y paradójicamente eterno desconocimiento de lo Otro como alteridad radical. La negación y el rechazo de lo Otro en el otro pero también en nosotros mismos significa también emprender una deriva hacia la homogeneización a través de la diferenciación insignificante, de una búsqueda de identidad con y en nosotros mismos, a través de los otros como espejo, entregados a nuestra propia imagen, convertidos en nuestro propio objeto de atenciones, de deseo y de sufrimiento, y a favor de una reproducción clonada, asexuada en aras de una supuesta y “postmoderna” neoliberalización. Cierro con una cita de Jean Baudrillard. En contra de la verdad de lo verdadero, en contra de lo más verdadero que lo verdadero (que se convierte inmediatamente en pornográfico), en contra de la obscenidad de la evidencia, en contra de esa promiscuidad inmunda consigo mismo que se llama el parecido, hay que recomponer la ilusión, recuperar la ilusión, esta fuerza a la vez inmoral y maléfica de arrebatar lo mismo a lo mismo que se llama la seducción. La seducción en contra del terror: he aquí la apuesta, no hay otra. (Baudrillard Jean: 1993, 52-53).


BIBLIOGRAFÍA:

Baudrillard, Jean “El intercambio simbólico y la muerte”, Monte Ávila, Caracas 1993

Baudrillard, Jean “De la Seducción”, rei, México, 1997.

Baudrillard, Jean, Giullaume Marc, “Figuras de la alteridad”, taurus, México, 2000.



Guadalupe Rocha Guzmán.


Ponencia presentada en el 1er Symposium sobre Erotismo y psicoanálisis Organizado por la Revista Carta Psicoanalítica.

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